No perderse el sábado a La Zaranda. En el Teatro Principal a las 20:30
Eusebio Calonge es uno de
los gurús de la escena española, un referente junto a su compañía, La Zaranda,
que desde su fundación en 1978 ha trazado una trayectoria coherente sin dejarse
deslumbrar por los fuegos de artificio del éxito rápido ni por las zalamerías
que han recogido en todo el mundo. Toda su experiencia la ha puesto desde el
jueves al servicio de una veintena de profesionales en un curso de
interpretación impartido en La Parrala -ayer se desplazaron a la sala de
ensayos del Principal por falta de calefacción en Parralillos-.
Su acento andaluz sonaba
exótico en la escenografía que brindaba una mañana de domingo invernal mientras
hablaba de este curso.
«Más que enseñar se trata de
contagiar la pasión, las ganas de hacer teatro, de poner en comunicación a
personas que son dispares, que vienen de métodos y líneas creativas distintas.
Lo bonito es poner a todo el mundo en armonía hacia una obra», introducía y
comparaba estas actividades con el atrio de una iglesia, el paso previo al
montaje.
Y, aunque parece difícil que
después de treinta y siete años de entrega al teatro, alguien pueda contagiar
pasión por seguir en escena, Calonge tiene la clave.
«Se trata de hacer todas las
obras como si fueran la última. Mucha gente nos pregunta que si cuando empezábamos
imaginábamos esto, pero entonces, igual que ahora, pensábamos que esa obra no
funcionaría y nos íbamos a tener que dedicar a otra cosa y siempre dejábamos
toda esa energía y esa fuerza en cada montaje y así sigue siendo. Tienes que
dejar que el teatro te sorpresa, que no sea algo trazado, sino vivo. Y ahí es
donde el tiempo va pasando sin que tú te des cuenta, quizás debes quemar
distintas cosas para que se mantenga el fuego, quizás ahora tiras más de la
experiencia que de la ilusión, pero la energía hay que mantenerla siempre
intacta, el teatro sirve para comunicar al ser humano con su propia alma»,
responde.
Admite que de ese continuo
caminar hacia adelante, La Zaranda ha conseguido crear una poética propia en un
proceso, dice, imposible de explicar ni en los cuatro días del curso ni en los
veinte minutos de esta entrevista, pero se lanza a resumirla: «Se consigue
trabajando interiormente, para dentro, descubriendo en ti lo que el teatro
tiene que comunicar y no haciéndolo para la taquilla, para la fama, para esos
cantos de sirena que con frecuencia nos equivocan a los que pertenecemos a este
gremio».
¿Cómo se resiste una
compañía con tantos años de trayectoria y tantos reconocimientos a esos cantos
de sirena?
Calonge contesta que
sabiendo que se trabaja para alimentar al olvido. Está convencido de que parte
del público que aplaude en el patio de butacas olvidará lo que ha visto,
apenas, dice, le quedará una imagen que vio en un teatro, pero no recordará el
nombre del autor ni de la compañía. Solo quedará una fotografía de lo que un
día vio y le emocionó y la pegará en el álbum de su memoria. Eso persigue La
Zaranda. «Hay que trabajar para la grandeza del teatro, no para la personal y
para la de ninguna compañía. Transmitir esa grandeza es la que va a seguir
trayendo público a la sala y la va a llenar y si tienes claro esto, la vanidad
no te interesa porque no es un posible, es un canto de sirena que se persigue
sin alcanzarse».
Y en este punto recuerda uno
de los mayores elogios que recibieron de un crítico: ‘Esta gente no son
artistas, sino que apestan a teatro’. «El teatro debe oler a kilómetros en la
furgoneta, a hoteles baratos, a montaje y desmontaje, a sudor de picar focos y
de los ensayos, a malas noches, a problemas... Esa peste es la que quiere
contagiar el teatro», reivindica este veterano de la escena, consciente de que
actualmente pinta en bastos, pero convencido igualmente de que siempre habrá
«un público bien orientado que lo mantenga, una lamparita que nunca se apaga».
A pesar de esa pincelada
luminosa, Calonge no se olvida de la negrura restante, del «intento de
abolición de la cultura e incluso de exterminio de las compañías de nueva
creación», que no encuentran dónde mostrarse. «Son tiempos turbulentos, pero yo
confío en esa lamparita, cuya luz se hace más grande a medida que nos
acercamos. Este momento convulso va a pasar y el teatro quedará porque la
verdad siempre lo hace y trabajamos para cruzar esas tinieblas. Siempre han
sido duros los tiempos para quien quería trabajar lícitamente en la escena, sin
venderse a los poderes, sin hacer el discurso que instauraba cada época.
Avanzamos hacia ese horizonte, en el que el teatro sea una necesidad para el
espíritu humano».
«‘El grito en el cielo’ es
un canto de esperanza»
La presencia de Calonge
coincide con la de La Zaranda en el Ciclo de Teatro Joven. Presentará el sábado
en el Principal su último montaje, El grito en el cielo, donde domina la
metáfora. «Presentamos una sociedad como un geriátrico donde la sedación, el no
querer sufrir el dolor, hace que no sintamos la vida y donde también se utiliza
el arte, sustraído ya de su elemento espiritual, como materia de ocio, de
pulsión epidérmica pero sin intención de trascendencia», relata su autor y
añade que es una crítica y a la vez un canto de esperanza, «un querer desgarrar
el cielo para ver qué aparece, encontrar una luz que nos motive para seguir
andando hacia el horizonte